domingo, 11 de abril de 2010

Zaragoza, tarde de un domingo de abril. Soleado, sopla el cierzo de poniente. Suave, lo necesario para hacer ondear tu pelo mientras paseamos. Una mano se enternece en caricias, las palabras las arrulla el río. Esperamos, viendo los árboles sin nombre rozarse cándidamente con el agua que pasa. El sol cae despacio, deleitandose con aquello que está creando. Un aroma de tarde, de descanso, un aroma cálido y tranquilo. Hablamos y me miras, aún estás preciosa.

La tarde menguante y naranja nos observa con buen semblante, sentados en el parque, al lado de donde corren niños, pasean perros y juegan chavales que se entretienen en ser felices. Charlamos distendidos mientras vamos mirándonos cada vez con más ternura. Tus labios y los míos pronto serán fruta madura.
Dulce melocotón, helados de fresa y nata.

Y al terminar, un saxofonista endulza el aire, ya frío por la noche. Entre el público nuestro calor aún nos mantiene vibrantes, en armonía nos decimos adiós y nos sentimos. Nos miramos al marchar y sonreímos. Nos queremos, eso es lo mejor.