domingo, 21 de febrero de 2010

No puedo estar quieto, no, ya no.
No a la sombra de estas cuatro paredes.
¡Ah, Que nauseabundo olor destilan
las luces tras sus cristales!
No soporto los sonidos ablandados,
empalagosos, delirantes,
que se sostienen en la habitación.
Como una fiera salvaje
abandonada al salvaje exilio
de una vil represión.
Estarse quieto, que muerte tan lenta
¡que crueldad!
Ver como el día pasa tras unos cristales
es una triste agonía.
Solo un remedio basta,
salir y formar parte de ese día.
Ya el sol se pone, mientras escribo,
los trinos se van apagando,
dejando paso al murmullo del río, solo en la noche
siempre en movimiento.


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