domingo, 26 de julio de 2009

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Tiempos de amores fogosos, de soles ardientes, cuando lo mejor que el cuerpo puede hacer es dar más calor, moverse lentamente marcando un ritmo de dos en dos. Empiezan a enamorarse jóvenes amantes, a los bordes de la calle, sentados en bancos se dan palabras, se deleitan con las miradas acarameladas, con las caricias que desde el invierno esperaban. Me enfundo en mi traje de invierno y paso, con la boina bajada, con la colilla entre los dedos, por medio de esta calle del calor. Y así va mi mirada de un lado a otro, como el callado y escurridizo señor que pasa por un museo y contempla brevemente cada obra haciendo como que no ha estado ahí. Mas mis pasos dejan huellas de hierro fundido, el material del que está hecho el gris asfalto se funde a mis pies y al aplomo de las ideas que cargan los bolsillos de mi parca chaqueta. Solo al final de la calle me la quito, sin mirar a ningún lugar, cae y retumba el suelo, y yo de un salto empiezo a volar.

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